La isla de las Especias

Mensajes desde una isla. Viajes, libros, películas, otras islas....

sábado, 7 de junio de 2008

SULAWESI. UNA CANCION
Would you know my name
if I saw you in heaven?
Would you feel the same
If I saw you in heaven?
I must be strong and carry on
'cause I know I don't belong
here in heaven
Would you hold my hand
if I saw you in heave?
Would you help me stand
if I saw you in heaven?
I'll find my way through night and day
'cause I know I just cant't
stay here in heaven.
Time can bring you down
time can bend your knees
time can break your heart
have you begging please
begging please...
Beyond the door there's peace I'm sure
and I know there'll be no
more tears in heaven....
Eric Clapton
Tears in heaven
Hay veces que las islas las recuerdo con banda sonora y sin ella dejan de tener sentido. Basta recorrer de nuevo los caminos ya andados para que las notas lleguen de muy lejos y aquellas canciones, aquella música, olvidada durante años en los recovecos de la memoria, llegue de nuevo arrastrándose y recuperes de golpe los instrumentos, las letras y tras ellas, de golpe, todas las imágenes. Este es exactamente el recorrido; sin música no habría recuerdo.
Con el lago Sengkang ( Isla Sulawesi, Indonesia) siempre he de seguir estos pasos. Al principio ni siquiera logro ponerle nombre al lugar pero me basta escuchar las primeras notas de la canción Tears in heaven para encontrarme de nuevo por la mañana, justo después de salir el sol, en la cama, mientras unos chicos tocan la guitarra y cantan a la puerta de mi habitación. Me regodeo en el extremo placer de ir oyendo la música que me mece suavemente para despertarme mientras el sol no ha calentado todavía el mundo , después sé que sudaré durante todo el día, que me quemaré los hombros, pero a esas horas de la mañana todavía se puede sentir el aire fresco y recién estrenado.
También soy capaz de ver un enorme pez en una pecera ( está allí, en la entrada del hotel, porque da suerte) moviéndose como a cámara lenta mientras come las moscas y lagartijas que alguien va introduciendo en su pecera: come, me mira, continúa nadando... la música sigue sonando.
Y se sigue oyendo aunque esté lejos, navegando en una pequeña barca con motor que apenas se mueve camino de la aldea de los pescadores bugis. Y suena todavía, cada vez más presente, cuando veo el atardecer comiendo pescado, en una de las casas del poblado mientras las demás pasan , a la deriva, en ese viaje incierto e impreciso que supone dejarse arrastrar por el viento. Porque finalmente todo es como una danza; todo tiene una cadencia exacta , milimétrica, casi obsesiva: las sombras de los pájaros que me sobrevuelan, las hojas de los árboles, el run run del motor de la barca, las nubes.... Todo tiene el ritmo exacto de esa canción.
Y cuando vuelvo al hotel aquel chico continúa cantando bajito, despacio, preguntándome si sentiría lo mismo si lo viese en el cielo y sé que no, no debe haber cielo ni infierno donde te acunen entre las cuerdas de una guitarra mientras te susurran la necesidad de ser fuertes.